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Pier Paolo Pasolini lee desnudo

La palabra perdida No sólo el lenguaje sino las palabras todas, por únicas que se nos aparezca, por solas que vayan o solas que sea su aparición, aluden a una palabra perdida, lo que se siente y se sabe de inmediato en angustia a veces, y en una especie de alborear que la anuncia palpitando por momentos. Y también se la siente latiendo en el fondo de la respiración misma, del corazón que la guarda, prenda de lo que la esperanza no acierta a imaginar. Y en la garganta misma, cerrando con su presencia el paso de la palabra que iba a salir. Esa puerta que el alba cierra cuando la puerta se abre. El amor que nunca llega, que desfallece al filo de la aurora, lo inasible que parte de los que van a morir o están muriendo ya, y que luchan –tormento de la agonía- por dejarla aquí y derramarla y no les es posible ya. La palabra que se va con la muerte violenta, y la que sentimos que precede como guía, la guía de los que, al fin, pueden morir. Perdida la palabra única, secreto del amor divino-hu