Dar la
vuelta. Invertir el movimiento que nos impulsa a desbordarnos hacia el exterior
nos lo vuelve propicio y nos permite aprehenderlo en nuestras garras. Invertir
nuestra mirada para permitir al ojo excavar el lugar de donde emana. Intentar
situarnos por encima de nuestra fuente y allá probar convertirnos en nuestra
propia causa, O aun, trabajar para nuestra aniquilación, luego arrastrarnos,
subir, traspasar las esclusas, volver a invadir las tibias aguas del origen.
Pero
permitir que esa necesidad reencuentro la dicha inicial- del cual llevamos la
radiante nostalgia en lo más profundo de la sangre- no es, de ningún modo, como
se pretende, producir una regresión, abandonarse enteramente a las fuerzas del
inconsciente, renunciar al pensamiento, a la reflexión, a la toma conciencia.
Querer sumergirnos en lo prenatal es , al mismo tiempo, intentar atravesar la
pesadez, las opacidades del yo, hacer estallar los límites y escapar a sus
sujeciones, esforzarse por alcanzar una libertad en la que el ser podrá al fin
abrirse totalmente a la vida, someterse a la ley que siempre le ordena ir hacia
una fuerza cada vez mayor, hacia una mayor conciencia, intensidad y luz. Y de
esta forma tratar de engendrarse otra vez, de suscitar un nuevo ser
directamente salido del hambre, o de un estado de absoluta libertad, ( Esta paz
soberana a la cual aspiramos y que podríamos alcanzar si lográramos poner fin
al desgarramiento de la fragmentación, de la dualidad, que nos identifica con
la paz que conocimos antes de ser derribados y que jamás olvidaremos. Por esta
razón ese deseo de meterse de nuevo en el cascarón se confunde con la exigencia
de crear en nosotros, por el sólo poder de la elucinación interior, esta
inmensidad en la cual el ser estaría colmado de energía, podría gustar de la
plenitud de la unidad reencontrada y tendría todas las posibilidades de
dilatarse a su gusto, ceder al júbilo de lo más vasto y de lo más intenso).
fragmento de
Una vida secreta (encuentros con Bram Van Velde)
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