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Charles Juliet


Dar la vuelta. Invertir el movimiento que nos impulsa a desbordarnos hacia el exterior nos lo vuelve propicio y nos permite aprehenderlo en nuestras garras. Invertir nuestra mirada para permitir al ojo excavar el lugar de donde emana. Intentar situarnos por encima de nuestra fuente y allá probar convertirnos en nuestra propia causa, O aun, trabajar para nuestra aniquilación, luego arrastrarnos, subir, traspasar las esclusas, volver a invadir las tibias aguas del origen.
Pero permitir que esa necesidad reencuentro la dicha inicial- del cual llevamos la radiante nostalgia en lo más profundo de la sangre- no es, de ningún modo, como se pretende, producir una regresión, abandonarse enteramente a las fuerzas del inconsciente, renunciar al pensamiento, a la reflexión, a la toma conciencia. Querer sumergirnos en lo prenatal es , al mismo tiempo, intentar atravesar la pesadez, las opacidades del yo, hacer estallar los límites y escapar a sus sujeciones, esforzarse por alcanzar una libertad en la que el ser podrá al fin abrirse totalmente a la vida, someterse a la ley que siempre le ordena ir hacia una fuerza cada vez mayor, hacia una mayor conciencia, intensidad y luz. Y de esta forma tratar de engendrarse otra vez, de suscitar un nuevo ser directamente salido del hambre, o de un estado de absoluta libertad, ( Esta paz soberana a la cual aspiramos y que podríamos alcanzar si lográramos poner fin al desgarramiento de la fragmentación, de la dualidad, que nos identifica con la paz que conocimos antes de ser derribados y que jamás olvidaremos. Por esta razón ese deseo de meterse de nuevo en el cascarón se confunde con la exigencia de crear en nosotros, por el sólo poder de la elucinación interior, esta inmensidad en la cual el ser estaría colmado de energía, podría gustar de la plenitud de la unidad reencontrada y tendría todas las posibilidades de dilatarse a su gusto, ceder al júbilo de lo más vasto y de lo más intenso).
fragmento de 
Una vida secreta (encuentros con Bram Van Velde)

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