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Mostrando entradas de abril, 2010
Para que los hombres Para que los hombres no tengan vergüenza de la belleza de las flores para que las cosas sean ellas mismas: sensibles o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo por penetrar en el mundo, con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueños, o la armonía de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento, para que podamos mirar y tocar sin pudor las flores, sí, todas las flores, y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada, para que las cosas no sean mercancías, y se abra como una flor toda la nobleza del hombre: iremos todos hasta nuetro extremo límite, nos perderemos en la hora del don con la sonrisa anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra. Sí, el nocturno en pleno día Sí, el „nocturno en pleno día“. Qué reposante la sombra, el baño del asombra. Algunos brillos, algunas florescencias.Y, ah, reencotrar el centro de relación. Delicias de la flores submarinas, frágiles delicias. La noche íntima está llena del mundo. E
La palabra que se guarda La palabra que un ser humano guarda como de su misma sustancia, aunque la aprendiera o la formara él mismo un día. La que no se dice porque el decirla la desdeciría también al darla como nueva o al enunciarla, como si pudiera pasar; la palabra que no puede convertirse en pasado y para la que no se cuenta con el futuro, la que se ha unido con el ser. Y se presiente, y aun se la ve, como profetizada en algunas criaturas no humanas, en algunos animales que parecen llevar consigo una palabra que al morir están al borde de dar a entender. Y también en la quietud inigualada de las bestias que miran el sol como si fueran sus guardianes, imágenes que el arte ha perpetuado en la avenida del templo de Delos, por ejemplo. Y en el firmamento, algunas constelaciones o luceros sólo parecen guardar alguna palabra y custodiar por ella, con ella, la inmensidad inconcebible de los espacios interestelares, los vacíos y oquedades del universo, vigías del Verbo. Mas en los seres h
La palabra perdida No sólo el lenguaje sino las palabras todas, por únicas que se nos aparezca, por solas que vayan o solas que sea su aparición, aluden a una palabra perdida, lo que se siente y se sabe de inmediato en angustia a veces, y en una especie de alborear que la anuncia palpitando por momentos. Y también se la siente latiendo en el fondo de la respiración misma, del corazón que la guarda, prenda de lo que la esperanza no acierta a imaginar. Y en la garganta misma, cerrando con su presencia el paso de la palabra que iba a salir. Esa puerta que el alba cierra cuando la puerta se abre. El amor que nunca llega, que desfallece al filo de la aurora, lo inasible que parte de los que van a morir o están muriendo ya, y que luchan –tormento de la agonía- por dejarla aquí y derramarla y no les es posible ya. La palabra que se va con la muerte violenta, y la que sentimos que precede como guía, la guía de los que, al fin, pueden morir. Perdida la palabra única, secreto del amor divino-hu